El Tajo indomable: el cañón extremeño donde reinan ciervos, buitres y gigantes de agua dulce

Belén Valdehita
Belén Valdehita 18 Agosto, 2025

Hay un rincón salvaje en Extremadura donde ningún camino se atreve a acompañar al río Tajo, y donde la naturaleza dicta sus propias reglas entre riscos, bosques y aguas inmensas.

Mirador del Gitano, en Monfragüe, Cáceres
El río Tajo a su paso por el Parque Nacional y Reserva de la Biosfera de Monfragüe.

El río Tajo, encajonado entre crestas de roca que cortan el horizonte, se abre paso con un pulso ancestral. En su tramo extremeño, el río no sólo modela el paisaje: lo domina. Allí donde la corriente se topó con la geología, surgieron desfiladeros imposibles, refugio de aves rapaces y ciervos que miran al visitante sin temor.

Desde los miradores, el silencio manda. Fotógrafos, viajeros y familias aguardan en calma, hipnotizados por un cañón que no se deja domesticar del todo. Ni carreteras ni senderos logran seguirle el ritmo, y sólo un puñado de pistas y rutas permiten intuir su esencia.

Monfragüe, entre la roca y el agua

En el corazón de Cáceres, a sólo 22 km de Malpartida de Plasencia, el río Tajo traza un escenario único donde el relieve de cuarcitas se levanta como murallas naturales. A la altura de su confluencia con el Tiétar, el río alcanza un esplendor protegido por la figura de Parque Nacional y Reserva de la Biosfera de Monfragüe.

El cañón de Monfragüe, inmóvil desde que varias presas aguas abajo frenaron su crecimiento, alberga un universo natural intacto. En sus remansos, los siluros gigantes se desplazan con sigilo, superando los dos metros de longitud, mientras los ciervos campan por la dehesa.

El castillo musulmán que corona el parque, conocido en su tiempo como Al-Mofrag, “el abismo”, guarda las mejores vistas: riscos afilados, bosques mediterráneos infinitos y vuelos majestuosos de buitres leonados. A sus pies, el mirador del Salto del Gitano rinde homenaje a una vieja leyenda de forajidos y huidas imposibles.

Carreteras cortas y paisajes eternos

Quien llega desde la ciudad de Plasencia suele entrar por Villarreal de San Carlos, una aldea ilustrada del siglo XVIII que funciona como puerta al parque. Una carretera panorámica enlaza los miradores más conocidos, del Salto del Gitano a la Portilla del Tiétar, ofreciendo una postal rápida pero parcial.

Buitres
Los buitres sobrevuelan el Cañón del Tajo de Monfragüe, en Cáceres.

Para descubrir el alma verdadera de Monfragüe hay que aventurarse más allá: recorrer pistas forestales en 4x4, caminar por senderos o pedalear por los tramos 34 y 35 del Camino Natural del Tajo. Este itinerario cruza dehesas de encinas y alcornoques centenarios, atraviesa la frontera entre la Reserva de la Biosfera y el Parque Nacional y asciende hasta el mirador del Canchu del Lobo, la cumbre de la ruta.

Aunque la bicicleta exige paciencia en los tramos más abruptos, la recompensa llega con cada encuentro cercano con ciervos o buitres y cada panorámica imposible de capturar desde el asfalto. La bajada hacia Serradilla, ya fuera del parque, recuerda que Monfragüe es mucho más que naturaleza: es territorio vivo y habitado.

Cerca de Monfragüe: un mosaico cultural y salvaje

El entorno de Monfragüe combina espacios protegidos con pueblos que han sabido integrarse en la Reserva de la Biosfera. Serradilla, con su Centro de Interpretación La Huella del Hombre, o enclaves como Romangordo, Torrejón el Rubio o Casas de Miravete, ofrecen rutas culturales que complementan la experiencia natural.

Centros temáticos sobre aves, leyendas locales, geología o biodiversidad trazan un viaje alternativo para quienes buscan algo más que paisajes. Son paradas ideales para entender cómo el ser humano ha convivido durante siglos con este territorio abrupto.

El cañón del Tajo de Monfragüe es mucho más que un curso de agua: es un corredor salvaje donde cada roca, cada encina y cada vuelo de buitre recuerda que el río manda, incluso ahora que sus aguas parecen dormidas bajo los embalses.

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