Así es el convento colgado de un barranco que parece desafiar al vacío y domina una ciudad Patrimonio de la Humanidad
Un refugio dominico del siglo XVI, enclavado sobre una roca inmensa frente a las célebres Casas Colgadas, se ha convertido en uno de los rincones más fascinantes y fotografiados de Cuenca.

Cuando uno se acerca a la hoz del Huécar, en la ciudad de Cuenca, y ve aparecer esa mole histórica apoyada en una peña casi imposible, entiende por qué este edificio forma parte del imaginario conquense desde hace siglos. El Convento de San Pablo, hoy Parador Nacional, se asoma al barranco con una serenidad que contrasta con el abismo que lo rodea.
La panorámica desde allí hacia las Casas Colgadas es tan reconocible que muchos visitantes dan por sentado que la ciudad se mira a sí misma desde estas paredes centenarias. Y no es para menos: la ubicación, en un alto silencioso rodeado de naturaleza, convierte el conjunto en un lugar casi suspendido en otro tiempo.
Un convento levantado sobre roca pura
Los primeros dominicos que llegaron al pequeño monasterio original eligieron un terreno poco amable, pero totalmente estratégico. Sobre esa peña levantaron un conjunto que fue creciendo gracias al proyecto impulsado en 1523 por el canónigo Juan del Pozo, cuyo descanso eterno quedó en la propia iglesia del complejo. Entre andamios rudimentarios y una geografía caprichosa, los hermanos Juan y Pedro de Alviz dieron forma a un edificio que tardó más de década y media en alzarse.

El puente que hoy conecta el enclave con la parte alta de Cuenca facilita el paso, además de simbolizar la intención temprana de que el convento fuera parte viva de la ciudad. Desde entonces, la portada barroca, el interior con trazas góticas y renacentistas y los añadidos de épocas posteriores forman un mosaico arquitectónico que revela cada transformación sufrida por el lugar.
Frente a él, casi como un espejo desafiando al aire, se elevan las icónicas Casas Colgadas y el puente rojo de San Pablo. Esa estampa, captada por miles de cámaras, ha convertido al antiguo cenobio en un punto esencial para entender la silueta de Cuenca.
Siglos de cambios y nuevos usos del Convento de San Pablo
El conjunto del Convento de San Pablo no permaneció ajeno a los vaivenes históricos. En el siglo XVIII, su portada medieval desapareció para dar paso a una entrada barroca acorde con los gustos de la época. Más tarde, con la desamortización de Mendizábal en 1836, los dominicos tuvieron que marcharse y el Obispado adquirió el complejo para abrir allí el Seminario Menor de San Pablo, que complementaba al de San Julián.

La lista de usos posteriores es casi un relato paralelo de las necesidades sociales de cada momento. Fue hospital a finales del XIX, y tras el derrumbe de la torre de la catedral en 1921, la Congregación de la Misión asumió el edificio para devolverle actividad. Luego llegaron etapas muy distintas: colegio para niños sin recursos, guardería, e incluso sanatorio para enfermos mentales, una decisión que generó fuertes debates en la ciudad.
Mantener semejante complejo nunca fue sencillo, así que la búsqueda de acuerdos públicos y privados terminó cristalizando en 1993. Ese año, tras una inversión de 1.023 millones de pesetas, el convento comenzó una nueva vida como Parador Nacional, una idea que llevaba décadas sobre la mesa.
Un parador con vistas únicas y vida cultural propia
Desde octubre de 1993, el antiguo convento funciona como parador y conserva ese aire casi mágico que envuelve a los edificios con mucha historia. La localización, en plena naturaleza y frente a uno de los rincones más conocidos de la ciudad de Cuenca, convierte el alojamiento en un destino que mezcla tranquilidad y paisaje de manera impecable.
Entre sus 63 habitaciones, los ventanales descubren un escenario difícil de igualar: la Hoz del Huécar, las Casas Colgadas y la ciudad asentada sobre la roca. El claustro actúa como corazón del edificio, un espacio luminoso desde el que se accede a las zonas comunes. La terraza, con cafetería, es perfecta para detener el tiempo mientras cae la tarde sobre el barranco.
El convento también ha sumado una faceta cultural importante. Desde 2005, parte del claustro acoge un Centro de Arte, lo que añade nuevas razones para acercarse hasta este mirador privilegiado. Un lugar donde historia, paisaje y creación conviven sin estridencias.