El pueblo “que volvió del agua”: la aldea pirenaica que resurgió entre montañas y ahora es un paraíso escondido

Belén Valdehita
Belén Valdehita 10 Noviembre, 2025

Entre los picos del Pirineo aragonés se alza Lanuza, un pueblo que fue sumergido por un embalse y hoy renace como uno de los destinos más bellos del norte.

Lanuza Huesca
Lanuza, el pueblo que renació del agua en el Pirineo aragonés. Historia, naturaleza y cultura se unen en este destino imprescindible del Valle de Tena.

Entre las montañas del Valle de Tena, en Huesca, se encuentra un lugar que parecía condenado al olvido. Y es que el pueblo de Lanuza fue desalojado en 1961 cuando la construcción de un embalse obligó a sus vecinos a dejar atrás sus casas de piedra y tejados de pizarra. El agua cubrió parte del casco antiguo, y el silencio se adueñó de sus calles.

Décadas después, cuando todo parecía perdido, algunos de aquellos antiguos habitantes regresaron decididos a devolverle la vida. Lo que empezó como un gesto de nostalgia se transformó en una reconstrucción ejemplar. Hoy, Lanuza brilla entre los pueblos más encantadores del Pirineo aragonés, convertido en un imán para quienes buscan historia, naturaleza y autenticidad.

Caminar por sus calles es como hacer un viaje en el tiempo. Los muros restaurados conservan la esencia de la arquitectura tradicional, mientras que el paisaje alpino que lo rodea convierte cada rincón en una postal. Todo ello gracias al esfuerzo colectivo de quienes se negaron a dejar que su pueblo desapareciera bajo las aguas.

Lanuza: memoria, piedra y montaña

Cuando el embalse del Gállego comenzó a llenarse, parte del antiguo núcleo quedó bajo el nivel previsto de inundación. Sin embargo, un error en la cota final del proyecto salvó varias viviendas que permanecieron en pie, aunque abandonadas y saqueadas durante años. Fue en los noventa cuando un grupo de antiguos vecinos, y algunos nuevos, se organizó para reconstruir lo que quedaba.

Lanuza, en Huesca
Durante la restauración de Lanuza, se respetó la estructura original del pueblo, recuperando su iglesia, sus fuentes y sus calles empedradas.

La Confederación Hidrográfica del Ebro terminó por ceder los terrenos, y Lanuza volvió a latir. La restauración respetó la estructura original del pueblo, devolviendo su iglesia, sus fuentes y sus calles empedradas a su esplendor. Hoy más de treinta edificaciones han sido recuperadas, muchas convertidas en casas rurales, alojamientos con encanto y pequeños restaurantes donde probar platos típicos del Pirineo.

Pasear por Lanuza es descubrir la historia escrita en piedra. Cada esquina conserva detalles medievales y escudos familiares que hablan de su pasado agrícola y ganadero. La vista del embalse desde sus miradores resume el alma del lugar: un pueblo que aprendió a convivir con el agua que un día lo borró del mapa.

Naturaleza, agua y cultura viva en los Pirineos

El entorno de Lanuza es un paraíso para los amantes del aire libre. El embalse que casi lo hizo desaparecer es hoy su mayor atractivo. En verano, sus aguas tranquilas son escenario de actividades como kayak, piragüismo o pádel surf. También hay zonas de baño, paseos en hidropedal y un pequeño solárium natural donde relajarse frente al paisaje pirenaico.

Lanuza, en Huesca
En verano, el mismo embalse que en los 60 inundó el pueblo, hoy en día es lugar de encuentro de aficionados al kayak, el piragüismo o el pádel surf.

Las rutas que rodean el valle permiten adentrarse en bosques, praderas y miradores que regalan vistas espectaculares. Una de las más populares es el “Camino natural del embalse de Lanuza”, una senda sencilla y familiar que combina naturaleza, silencio y observación de aves. Durante los meses cálidos, las cigüeñuelas y los somormujos se convierten en protagonistas del paseo.

Pero si hay un momento en el que Lanuza vibra como nunca, es en julio. Durante la segunda quincena, el pueblo acoge el Festival Internacional de las Culturas “Pirineos Sur”, donde artistas de todo el mundo actúan sobre un escenario flotante en el propio pantano. La música resuena entre las montañas, y la imagen del público reflejado en el agua se ha convertido en un símbolo de su renacimiento.

Cómo se llega a Lanuza

Lanuza se encuentra a unos 85 kilómetros de la ciudad de Huesca, siguiendo la ruta por la A-23 y la N-260 hasta el corazón del Valle de Tena. Desde Zaragoza o Barcelona el trayecto ronda las cuatro horas, y desde Madrid, unas cinco. Una vez allí, el visitante descubre un destino cuidado al detalle, con alojamientos rurales de calidad y una oferta gastronómica que combina tradición y producto local.

Quien llega a Lanuza, además de con un pueblo bonito, se encuentra con una historia de resistencia colectiva. Lo que fue un símbolo del abandono es hoy ejemplo de recuperación y respeto por el entorno. Entre el sonido del agua y las montañas del Pirineo, Lanuza recuerda que algunos lugares, por más que se inunden, siempre encuentran la manera de volver a la superficie.

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