El pueblo burgalés donde un bosque de hace 100 millones de años sigue contando historias
En un rincón de Burgos, un pueblo pequeño convive con restos pétreos de coníferas gigantes que sobrevivieron al tiempo y hoy marcan su identidad entre montes y senderos.

En la Sierra de la Demanda, un pequeño y discreto pueblo burgalés reúne restos minerales que alguna vez fueron árboles enormes. Sus habitantes los conocen de toda la vida y los cuidan como parte de su día a día. No son piezas de museo aisladas: conviven con las calles, con los muros y con el ritmo lento de un lugar que ha aprendido a leer su pasado en la piedra.
Hablamos de Hacinas, que se encuentra a menos de una hora de la ciudad de Burgos y a sólo 5 kilómetros de Salas de los Infantes. Esta localidad mantiene visibles varios troncos petrificados que aparecieron a comienzos del siglo XX. Aquellos hallazgos despertaron el interés de los geólogos, que explicaron cómo unas coníferas tropicales quedaron atrapadas bajo capas de lodo durante millones de años. Su materia orgánica se perdió, pero los minerales ocuparon su lugar hasta convertirlas en los bloques de cuarzo que hoy miran al cielo.
Hacinas y su bosque mineral: un paisaje que no cambia
Los restos de árboles petrificados afloran en distintos puntos del pueblo. El primero da la bienvenida junto al acceso principal, donde una reconstrucción permite entender su forma original. Otro tronco, hallado en la zona de Las Trisineras, preside la plaza, como si vigilara cada paso. Un tercero, alto y contundente, se levanta junto a la iglesia tras llegar desde Vallejo la Zarza. Un cuarto ejemplo, protegido tras una cubierta transparente, aparece al pie de la roca conocida como El Castillo.

El Centro de Visitantes del Árbol Fósil ayuda a unir todas estas piezas. Allí se muestran recreaciones del antiguo bosque húmedo que ocupó la zona cuando el clima era muy diferente. Entre paneles y maquetas, se detallan también los estudios de la Universidad Politécnica de Madrid sobre el Protopodocarpoxylon haciniensis, una especie registrada a partir de estos troncos convertidos en piedra.
Los alrededores completan el recorrido. Una ruta circular une los restos fósiles con la Peña San Marcos, un elevado punto desde el que se contempla la amplitud de la Sierra de la Demanda. El camino incluye también un humedal cercano y varios senderos que permiten observar la geología del terreno sin prisas.
Historia, piedra y costumbres que siguen vivas en Hacinas
El casco urbano de Hacinas mezcla tradición y geología. En la plaza, la piedra domina cada rincón, desde el Rollo que habla del pasado medieval hasta los accesos al Centro de Visitantes. Todo forma parte de un entramado que muestra cómo el pueblo ha integrado sus hallazgos sin perder su escala pequeña.

La Iglesia de San Pedro, levantada en el siglo XVII, permite una parada antes de subir hacia el Castillo-Mirador. Esta antigua fortificación, datada entre los siglos IX y X, corona una elevación que ofrece amplias vistas de la comarca. No lejos de allí se encuentra la Ermita de Santa Lucía, un pequeño templo al que se llega por un corto sendero.
Hacinas también mantiene vivas sus celebraciones, como el Reinado o La Curra, que se reúnen en El Baile. Son fiestas que recuerdan antiguas tradiciones y permiten entender cómo la comunidad ha mantenido costumbres que pasan de generación en generación.
Senderos, rutas cercanas y sabores de la comarca
Cinco caminos parten desde Hacinas y se internan en barrancos, lomas y rincones tranquilos: Hacinas–Cabezón, Fuenteseca–Tenadas Grandes, San Marcos, La Madalena y Hacinas–Castrillo. Cada uno tiene su carácter. Algunos cruzan masas de pinos. Otros bordean paredes de roca. Pero todos comparten una misma idea: explorar sin prisa un territorio que conserva huellas geológicas en casi cada metro.
Quienes quieran seguir la estela de los árboles fosilizados pueden acercarse a otros pueblos cercanos como Salas de los Infantes, Castrillo de la Reina o Cabezón de la Sierra. En estos lugares se han encontrado más restos que completan el mapa del antiguo bosque que cubría la zona hace 100 millones de años. Cada localidad aporta un fragmento distinto, desde moldes vacíos hasta contramoldes rellenados por minerales.
Para cerrar el día, la gastronomía de la comarca ofrece un final perfecto. En los pueblos del entorno abundan los hornos donde el lechazo asado adquiere su tono dorado característico. Es un plato que, como los troncos petrificados, cuenta historias que se transmiten sin necesidad de adornos.