Así es Aranda de Duero, la villa de las bodegas subterráneas y con los secretos mejor guardados del Duero
Entre cuevas centenarias y vinos únicos, Aranda de Duero sorprende con historia, arte gótico y un mapa urbano que guarda los pasos de reyes, poetas y viajeros del pasado.

La villa de Aranda de Duero, situada en el corazón de la Ribera burgalesa, es mucho más que una villa con un pasado glorioso. Sus calles esconden una red de pasadizos excavados durante siglos, auténticas bodegas subterráneas que respiran el alma vinícola de Castilla. Caminar sobre ellas es recorrer un túnel de historia líquida, donde la piedra conserva el eco de generaciones dedicadas al vino.
El río Duero atraviesa la ciudad como una columna vertebral que ha marcado su carácter. A orillas del cauce se levantan puentes medievales, restos de murallas y casonas que recuerdan un pasado de antiguos mercados y encuentro de viajeros. Su paisaje, entre viñedos y colinas, completa un escenario perfecto para perderse un fin de semana y saborear sin prisas.
En la actualidad, Aranda combina el ritmo pausado de la tradición con una vitalidad realmente moderna. Sus tabernas, museos y templos góticos son testimonio de una villa que ha sabido conservar su esencia mientras crece sin perder su encanto.
Aranda de Duero: una villa con siglos de memoria
El nombre de Aranda aparece en documentos desde el siglo XI, pero su origen es aún más remoto. De hecho, el significado de Aranda, vega amplia, describe con precisión el paisaje fértil que rodea la ciudad. Tras siglos de guerras, repoblaciones y conquistas, la villa renació bajo el amparo de reyes leoneses y castellanos que la convirtieron en enclave estratégico.

Durante los siglos XV y XVI, Aranda de Duero vivió su momento de esplendor. Se trazó el plano de la ciudad (el más antiguo de España, datado en 1503), y se levantaron iglesias, conventos y palacios que aún hoy siguen marcando su silueta. Aquella época dorada dejó huellas visibles actualmente en la Iglesia de Santa María la Real o en el casco histórico, donde cada piedra parece contar una historia.
La villa también fue escenario de muchas intrigas y batallas. Napoleón la ocupó durante su campaña en España, y los enfrentamientos de 1812 arrasaron barrios enteros. Pero la población resurgió con fuerza, conservando su espíritu rebelde y su amor por las tradiciones, como demuestra la recreación anual de “La Francesada”.
Los muchos atractivos de Aranda de Duero
Quien llega a Aranda no puede marcharse sin detenerse frente a la majestuosa portada gótica de Santa María la Real. Su fachada, tallada como si fuera un retablo al aire libre, guarda esculturas de vírgenes, ángeles y escenas bíblicas. En su interior se alza un coro renacentista y un retablo del siglo XVII que brilla bajo la luz dorada del atardecer.

Muy cerca, la Iglesia de San Juan conserva la sobriedad de la piedra castellana y alberga el Museo de Arte Sacro, donde se exhiben tallas de los siglos XVI y XVII. Entre ellas destacan las de San Cosme y San Damián, símbolos de la devoción popular arandina.
El paseo por Aranda de Duero continúa por la Plaza Mayor, centro de la vida social desde hace siglos. Allí se encuentra el CIAVIN, un espacio interactivo que conecta el vino con la arquitectura y la cultura local. Desde sus sótanos se accede a algunas de las cuevas más antiguas, donde la humedad y el silencio conservan la magia del vino.
Las bodegas bajo la ciudad de Aranda
Bajo las calles de Aranda late un mundo invisible. Más de 300 galerías forman un laberinto de bodegas conectadas, excavadas entre los siglos XII y XVIII. En ellas, el vino encuentra su equilibrio perfecto, a temperatura constante y en completa oscuridad.
Entre todas, la Bodega de las Ánimas es una parada obligatoria. Su nombre evoca el misterio de un lugar donde el tiempo parece detenido. Allí se percibe cómo la cultura del vino es mucho más que una industria: es una forma de vivir y una herencia transmitida de generación en generación.
Cada vendimia renueva la conexión entre la tierra y sus gentes. En torno al vino, Aranda celebra fiestas, ferias y rutas enoturísticas que la convierten en destino imprescindible para quienes buscan autenticidad sin artificios. Y como broche, nada mejor que saborear un lechazo asado acompañado de un buen vino de la D.O. Ribera del Duero. Porque en Aranda de Duero, la historia se bebe y el paisaje se disfruta con los cinco sentidos.